25.11.09

No signal

La primera vez que la pantalla se apagó, el silencio duró escasos dos segundos. La imagen reapareció pronto, tartamudeó unos momentos y todo volvió a la normalidad.
En esa misma semana, los cortes se repitieron en todos los canales. Siempre duraban tres o cuatro segundos, a veces más, pero nada que un toque en el lomo del descodificador no pudiera solucionar.
La familia vivía y disfrutaba de su televisor con gran entrega y devoción. Embelesados la miraban y la degustaban mientras desayunaban, comían y cenaban; hasta que aparecía otro corte. Entonces, se levantaba el padre, pasaba la mano por las zonas erógenas del televisor y provocaba que la imagen volviera tímidamente. Cuando no era suficiente con meter mano, la madre se levantaba y comenzaba a pasear por delante de la pantalla. Como una modelo profesional a veces se quedaba quieta como un maniquí y después volvía a repetir su danza de la lluvia hasta que todo volvía a la calma.
La imagen y el sonido volvían sumiendo a toda la familia en sus ruidos mientras les conducía con un largo balanceo hasta la hora de dormir.
Una mañana la televisión se despertó con el primer café con leche de la hija mayor y continuó encendida hasta la hora de la comida. Pero durante la siesta, con media familia dormitando en el sofá, comenzó el desastre. La pantalla comenzó a tartamudear, y se fundió a negro con otro No signal con letras brillantes.
El silencio duró dos minutos antes de que nadie se atreviera a romperlo. El padre carraspeó, la madre miró a su alrededor y se revolvió incómoda en el sofá. No tuvieron más remedio que mirarse el uno al otro para descubrir que hacía muchos telediarios que no se querían.

14.11.09

Sí, quiero

La forma más elegante de consentir una unión es el deseo previo. Hay intereses comunes, se presupone afecto entre las partes, y el medio es un fin en sí mismo.
Las empresas cortejan a los clientes con tarjetas de fidelizacion, clubs "privados" y otros piropos que promuevan aun más su amor único y exclusivo.
Los clientes, decidirán luego qué pretendiente es mejor para ellos, o si prefieren un menage à trois (o a cuatro... o incluso a diez).
Y en medio de esta orgía mercantil, la publicidad va perdiendo impacto. Ya nada nos sorprende y mucho menos nos convence. Pero...¿quedará alguien que quiera ver anuncios? Con el mercado saturado, la calle llena de anuncios por las paredes, el suelo, en el metro, ¿prestaremos atención a todos?
Obviamente no, porque en todo este bombardeo los clientes sólo reciben sin posibilidad a devolver el golpe. Pero, ¿qué ocurre cuando el cliente decide qué quiere?
Es el caso de Adagreed, que promueve el compromiso de los consumidores sin que el anunciante incordie sin su permiso. Algo así como ver publicidad voluntariamente (sin ir al baño) a cambio de regalos (más o menos suculentos).
El consumidor final cede su perfil, no su identidad (y para recibir dichos regalos deberá ser un perfil creible y REAL) y periódicamente se somete a sesiones de anuncios (controladas por el mismo Adagreed para no caer en el empacho) para luego dar su opinión al respecto.
Con lo que se demuestra que:
a) al consumidor no le disgusta la publicidad, sólo le molesta cuando no está preparado para ella.
b) al consumidor le encanta dar su opinión, cuanto más crítica, mejor.
c) TODOS los consumidores esperan una recompensa por un esfuerzo. Cuales perros de Paulov, no somos tan idiotas como para aguantar 10 minutos de promesas sin ningún premio a cambio.

Y con vuestro permiso, me marcho que acabo de oir una campanita.